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Mostrando entradas de noviembre, 2012

Danzas y tambores

Iba a poner un pie en el umbral del edificio cuando de pronto escuché la música. Eran como ecos ahogados de un instrumento de percusión; sentía como el sonido retumbaba en las paredes para dirigirse directamente a mí, y golpearme. Pero no pude distinguir de inmediato de donde provenía la música aquella. Miré hacia afuera y no había nada, luego miré hacia adentro y tampoco. Sin embargo, antes de que pudiera volver a preguntarme sobre el origen de lo que estaba escuchando, la puerta del sótano del edificio se abrió y la música fue mucho más clara. Además, por la puerta aparecieron dos personas, vestidas con ropas sueltas y moviendo las manos y las piernas con alegría.  -¡Hola!-exclamaron al verme. Yo los miré confundido. Evidentemente ellos no eran del edificio, nunca antes los había visto por allí ni en algún otro lugar. Se acercaron a mí sonriendo, sin dejar de mover su cuerpo al ritmo de la música, y comenzaron a bailar al rededor mio. Yo me quedé quieto, sorprendido y a la vez c
Imagen
Aprendiendo del oxígeno. Resistiendo desde mis sábanas viejas. Seduciendo a las cuerdas de un instrumento que de apoco va cayendo en el olvido -igual que yo-, me siento también a caer hacia lo irreparable, hacia lo que está mucho más allá de lo súbito, asimilando los relojes que no paran de sonar en toda la casa... doblegándome al temor, he sido la pieza fundamental de esta ironía. Quiero correr y no puedo, sólo sigo siendo un espejismo en el desierto, acogiendo con los brazos abiertos y con la cabeza ensangrentada a los hijos de la suciedad, a los hijos del asco... Todo se acerca y se hunde conmigo, sin que nada sea fatal, sin que nada se extienda más allá de lo reconocible, sólo yo me convierto en lo perecedero. Y de apoco me voy borrando, desdibujándome hasta que no quede de mí más que un eco, establecido sobre las bases del próximo siglo, o del pasado, o de cualquier parte de toda la inmensa materia de la historia.

Retrato

Lo primero que dibujé de ella fue su boca. Haber comenzado por su boca fue una decisión totalmente aleatoria. Perfectamente hubiera podido comenzar por su nariz, o por los ojos, y a fin de cuentas hubiera sido el mismo resultado; yo, enamorado de alguien a quien no conocía, pero que todos los días veía pasar a la misma hora por la misma esquina de la plaza. Al principio sin embargo, no pensé que sería así. Yo sólo quería dibujarla porque su rostro me parecía atractivo, tan atractivo como para invitarla a salir. Pero me conformaba con hablarle, o aún menos, con que ella me mirara. La primera vez que la vi venir, pensé que sería igual que el resto de la gente. Que pasaría una vez, se alejaría y ya nunca más la volvería a ver. Pero no fue así. La volví a ver muchas veces, y eso fue más terrible que no haberla visto jamás. Después de tantos años de trabajar en la calle, de ver pasar tanta gente insignificante para tu propia vida, de dibujar tantos rostros que pronto olvidarás, te