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Mostrando entradas de octubre, 2013

Descanso en paz

Descanso en paz. Estoy aquí sentado, descansándome, y observo el panorama ante mí como una amenaza. ¿Será que la hora avanza sobre mí, que me aplasta, que me llama a levantarme, tomar un cuchillo y escribir con sangre en las paredes? ¿Y de ser así, qué escribiría? ¿Una nube, un amor, un silencio continuo? ¿diagramaría  la luminosidad del comedor de mi casa, o tentaría a los hombres que pasan por fuera con una invitación al suicidio? Descanso aquí, estoy molido y esperando. Espero la pausa, percibo la brisa marina de este pueblo y las bicis, y los lobos, los muchachos, las muchachas y sus nombres, el negocio donde fumé con ella, donde nos acostamos y nos movimos uno encima del otro  mientras afuera su madre esperaba que le abriéramos la puerta. Eso fue hace tantos años. Ahora, menos mal, descanso. Descanso en paz. Y tú también en paz descansas.

Efermedad

Llevo todos estos días vomitándome, y podría tal vez perder la garganta o algo parecido, no sé muy bien qué me depara, (nunca) pero el médico no tenía buen rostro cuando me tomó la mano y me dijo que podría perder la garganta o algo parecido. Me acosté y ahora mi cama es un pantano sucio y las tapas torcidas, me destapo en la noche, solo y doy gritos desmesurados que quiebran la irrealidad y mi madre viene y mi padre viene, mis hermanos vienen Pero nadie más. Nadie más acude al sonido del cuerno. Me salen gusanos me salen trampas me cuelgan las heridas. Nunca esperé estar así pero he llegado al punto de la inflexión donde me doy de bruces con las ordenes y las obligaciones. No duermo de noche no vivo de día casi no existo y hasta me dijo el médico que he dejado de ser hombre, no por el sexo, sino por el vomito y el asco que ha salido de mi carne durante esta larga larga larga larga larga enfermedad. No soy acierto. Soy incertidumbre

Sensación de lo inminente

Siempre tengo la sensación de lo inminente pero nunca pasa nada. ¿O será que lo inminente  sólo pasa  cuando no me doy cuenta?   Tuve un día la ocasión de remediar el hastío lanzando un grito que llegara lejos. Y grité; estamos muriendo aquí, señores. Pero nadie vino.   El cemento percudido sigue cada movimiento lineal de mis músculos. Hacia allá  vamos los dos,   nombrando de nuevo cada espacio, cada nueva habilidad semiconsciente. Yo sentí el shock de la ciudad de cerca, quizá del brillo de las ventanas y vi mi rostro con sus pliegues, y supe bien que estaba distraído.   Vengo a lanzar los días al aire. Siempre tengo la duda de si soy o si me pienso, y siento que algo viene, algo con una fuerza extrema que derrocará mi monarquía absoluta. Pero nada pasa. No pasa nada.