CRIATURA (Parte II; Los puertos espaciales)
Por
dentro, la casa de Juan el terrible no se veía tan mal. Lo que más me llamó la
atención fue no ver ningún sillón ni mesa ni nada parecido en ninguna parte,
toda la sala estaba llena de colchones, y solo uno que otro mueble colgando en
la pared por aquí y por allá, con libros y raros objetos. También había muchos
cuadros en las paredes, y mapas de este y de otros mundos, algunos que pude
reconocer y otros que jamás había visto en mi vida.
*Siéntense donde
quieran, dijo Juan el terrible
El
amigo Juárez se lanzó en piquero hacia uno de los colchones, como un niño que
salta sobre su cama.
*Ah, Juan el
terrible, dijo. Tu casa es demasiado helada, podrías tener una estufa.
*La tengo, amigo
Juárez, dijo Juan el terrible.
*¿Y dónde está?
*Está mala,
amigo Juárez.
Emilio
Rojas y el gordo Jara se sentaron junto al amigo Juárez. Juan el terrible se
dejó caer de espaldas sobre el colchón que tenía detrás, y me invitó a
imitarlo.
*Vamos, Juan el
horrible, déjate caer. Ya has caído esta tarde en una de mis bromas. Ahora
déjate caer en uno de mis colchones.
Todos
rieron, menos Emilio Rojas y yo, que de pronto me sentí un poco avergonzado.
*Juan el
horrible, dijo Juan el terrible, el amigo Juárez me ha contado que has ido a
hablar con la familia láctea.
*Así es, le
dije, he ido a hablar con la familia láctea.
*¿Y cómo ha ido
eso?
*Fue extraño,
comencé, y relaté todo lo sucedido tal como lo recordaba. Al finalizar mi
relato, Juan el terrible me dijo.
*¿Recuerdas que
te dije que buscaba una criatura?
*Si, le dije.
*Pues eso no era
broma. Ahora ya sé dónde encontrarla, gracias a ti, Juan el horrible.
*¿Dices que el
niño que he visto es la criatura que buscas?
*No es un niño,
Juan el horrible, es una criatura, una criatura diabólica. La familia láctea es
diabólica también, ya lo debes saber. La verdad es, Juan el horrible, que esa
criatura debe ser eliminada, o al menos encerrada en un lugar seguro, lejos de
manos maliciosas, como las de la familia láctea. Debes ayudarnos a capturarla.
Miré
al amigo Juárez. De pronto me sentí parte de un plan interesante, pero un poco
a la fuerza, pues había Sido el quien me había pedido que fuera hasta la mesa
de la familia láctea aquella vez del trayecto.
*Ya se lo que
estás pensando, Juan el terrible. Pero déjame decirte que nadie más que tú puede
ayudarnos en este problema. Debemos encontrar si o si a la criatura.
*Te daremos
babosas a cambio, dijo Juan el terrible, ¿Qué dices?
Ante
tal propuesta no tuve más remedio que aceptar. Ya casi no había babosas en mi
patio, y ahora que las había probado ya no podía dejarlas.
*Y ustedes ¿qué
dicen?, le pregunto el amigo Juárez a Emilio Rojas y el Gordo Jara.
*Claro, me
apunto, dijo el Gordo Jara, de una forma podría decirse irónica.
*No lo sé, dijo
Emilio Rojas, no lo sé. Luego, como venía presintiendo hace rato que lo haría,
se puso a llorar.
*Ya hemos
hablado esto antes, amigo Emilio Rojas, le dijo el amigo Juárez. ¿Por qué
lloras ahora?
*Tengo miedo,
dijo Emilio Rojas.
*Siempre tienes
miedo, y por eso la gente se ríe de ti.
*No seas cruel,
amigo Juárez.
De
pronto sentí mucha pena por Emilio Rojas. Sentí tanta pena que quise llorar con
él, y lo hice.
*Ahora tú
también, Juan el horrible. Me dijo el amigo Juárez. ¿Por qué lloras tú?
No
quise responderle. Me abandoné al llanto, y la melodía de mi llanto se unió a
la de Emilio Rojas, y juntas formaron una canción preciosa que más me
emocionaba y más llanto me producía.
*Estos niños de
ahora lloran por cualquier cosa, dijo Juan el terrible. Y se largó a reír junto
al Gordo Jara. El amigo Juárez se mantuvo serio, inquieto por conocer el motivo
de nuestro llanto.
*Bueno, dijo
finalmente el amigo Juárez ante nuestra negativa, la mía y la de Emilio Rojas,
a responder sus preguntas. Lloren si quieren llorar. Pero quizá tenga en mi
bolsillo algo que los pueda alegrar.
*No quiero más
babosas, dijo Emilio Rojas, entrecortándose su voz con su llanto.
*No son babosas,
aunque también tengo de ellas, por si quieren, pero no todavía. No, lo que
ahora les ofrezco es incluso mejor que las babosas.
*¿De qué se
trata, amigo Juárez? Pregunté, al tiempo que dejaba un poco la intensidad de mi
llanto y me secaba las lágrimas de la cara con la manga de mi polerón.
El amigo Juárez sonrió y extrajo de
su bolsillo una pequeña cajita roja. Juan el terrible aplaudió frenéticamente.
*¡Es hora de
visitar los puertos espaciales! Exclamó.
Yo no entendía nada. Me fijé en que
Emilio Rojas había dejado de llorar y ahora sonreía también contemplando la
cajita roja que el amigo Juárez tenía en sus manos.
*¿Qué es eso de
los puertos espaciales? Pregunté
*¿Nunca has ido?
Preguntó Juan el terrible. Están en distintos lugares de Tomé, en alto de los
cerros o entremedio de los bosques, ya lo verás. Les dicen así porque allí
alguna vez llegaron precisamente, naves espaciales, cuando Tomé era el reino de
Tomé, antes de los incendios prometidos. Pero en realidad no eran naves, eran
barcos que surcaban por el aire.
*Eso parece
sacado de una película japonesa, dijo el amigo Juárez. Todos rieron, yo también
con ellos.
*¡Si!, exclamé.
O de una película Steampunk. Todos volvimos a reír.
*Vamos entonces,
dijo Juan el terrible, a los puertos espaciales.
*¡Si, vamos! Exclamamos
los cinco.
Todos
se pusieron de pie al instante. El amigo Juárez era el más contento. El gordo
Jara sonreía irónicamente. Juan el terrible tomó en sus manos la cajita roja y,
sosteniéndola en lo alto, comenzó a dar vueltas por la casa.
*¡Vivan los
puertos espaciales! Gritaba a viva voz. ¡Vivan los estanques!
Emilio
Rojas y yo reímos también. Me sentía emocionado, y estaba seguro de que el sentía
exactamente como yo. Una conexión se había establecido entre nosotros luego de
aquel llanto. Ahora, aliviados, podíamos reír al fin. Incluso me pareció
absurda la desconfianza que en determinado momento me habían inspirado Juan el
terrible y el amigo Juárez.
*¡Vamos a los
puertos espaciales! Grité, dejándome llevar por la emoción.
Juan
el terrible abrió la puerta de su casa y salió. Todos los seguimos. De pronto
estábamos de nuevo en la gran escalera. Subimos los últimos peldaños y llegamos
a una calle por donde pasaban algunos autos. La calle seguía subiendo el cerro,
pero no de forma empinada, como la escalera, sino rodeándolo. Al frente, otro
sin número de casas se erigía en la ladera del cerro. Esas casas también
parecían castillos medievales, o palacios de la Roma antigua.
*Aquí vive Jesús
Carpintero, dijo Juan el terrible. Tenemos que venir a hablar con él un día.
Conocía
a Jesús carpintero, era el abuelo de una amiga, Clara. A ella la había visto
muchas veces en los muros.
*Vengamos un
día, confirmó el amigo Juárez.
Subimos
y subimos el cerro por la calle que lo rodeaba y dimos al menos unas diez
vueltas, hasta que llegamos por fin a los estanques, los que había visto muchas
veces desde mi casa, cuando miraba por la ventana de mi habitación hacia este
otro cerro donde estábamos ahora. Eran grandes estructuras de cemento,
circulares, y había que subir por una escalera de fierro. Yo fui el último en
subir. Al llegar arriba, los otros cuatro formaban un círculo, sentados el
suelo, dejando un espacio para mí.
*Siéntate, me
dijo Juan el terrible, indicando el lugar que me habían dejado.
Me
senté y miré a Emilio Rojas. Ahora sí que sonreía. Su rostro estaba casi
iluminado, y me miraba. Eso me dio confianza.
*Vamos, venga
esa ficción, dijo Juan el terrible.
*Lo primero es
lo primero, dijo el amigo Juárez, colocando en el centro de nuestro círculo la
pequeña cajita roja. Aquí tenemos la ofrenda para el barquero, dijo.
Abrió
la cajita. Adentro de ella había unas cuantas monedas de oro. Eran como las que
me había dado María, aquella vez de la primera babosa.
*¿Quién quiere
ser el primero? Preguntó el amigo Juárez.
*Yo voy, dijo
Juan el terrible.
Acto
seguido, se echó hacia atrás y cerró los ojos. El amigo Juárez saco dos monedas
de la caja, se acercó a Juan el terrible y le coloco las monedas en los ojos,
una en cada uno. De pronto, Juan el
terrible comenzó a levitar. El amigo Juárez saco una pequeña campana del
bolsillo de su chaqueta y comenzó a agitarla. A los pocos segundos, un portal
apareció en el aire. Juan el terrible ascendió hasta el portal, lo cruzó y
desapareció.
Todos
aplaudieron.
*Juan el
horrible, ¿quieres ser tú el siguiente?
Lo
medité un instante. Ya estaba ahí, en realidad, no podía decir que no, la idea
igual me apetecía. Hace años que soñaba con que se abriera un portal frente a mí
y poder cruzarlo para saber que había al otro lado.
*Vamos, me
animó, yo sé que tú quieres.
*Está bien, está
bien, dije, y sin dudarlo un segundo más, me eché de espaldas al suelo.
El
amigo Juárez repitió el rito. Sacó las monedas de la caja y puso una en cada
uno de mis ojos cerrados. Al poco rato comencé a levitar. La sensación fue
increíble. No pude evitar emitir gemidos. Mientras fui ascendiendo, el goce fue
mayor. No tuve miedo en ningún momento. Duró unos segundos, pero fue hermoso.
Ascendí hacia el portal.
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