PUESTA EN ESCENA




Casi olvido las líneas que tenía que decir cuando vi a Eliseo entre el público. Mi compañera me miró, un poco horrorizada, pero volví en mí y dije las líneas que tenía que decir, y la obra continuó de forma normal. 

        Terminamos con una ovación general, con la mayoría del público de pie. Eliseo, en cambio, estaba sentado y no aplaudía. Se veía enojado. Pensé que no le había gustado la obra, y decidí no darle importancia. Ni siquiera lo conocía bien, era un joven que vivía en el mismo barrio que yo, un poco extraño a mi parecer, pero no más que cualquier otro joven de esa edad.    

Después, en los camarines, Diana, la compañera que había notado mi turbación, se me acercó.

*¿Qué pasó, Javier? me preguntó. Te demoraste como un minuto en decir tu línea. 

*Sí, le dije, perdón, pensé que la había olvidado, pero la recordé.

*Menos mal. Bueno, tranquilo, a cualquiera le pasa.

*Claro.

Aparte de Diana, nadie más entre el elenco me dijo algo al respecto. En general se comentaba sobre lo bien que había salido la obra y lo mucho que le había gustado al público. Yo pensaba en Eliseo, sentado, mirando con rabia. ¿Por qué no le había gustado la obra? ¿Por qué estaba tan indignado?  Solo tenía una forma de saberlo; preguntarle. Siempre me lo encontraba en la calle, además, pasaba harto tiempo sentado afuera de su casa. Si no, podía ir, tocar la puerta, y preguntarle. ¿Por qué no te ha gustado la obra, Eliseo? Temía, de todos modos, que no me atrevería hacerlo.


Me despedí de mis compañeras y compañeros y salí del teatro. Ya era de noche, hacía frío, y sabía que tendría que esperar un buen rato la micro. Me senté en el paradero y cerré los ojos. Cuando los abrí, vi a Eliseo al frente, a punto de cruzar la calle. Me miraba fijo, con la misma expresión de antes, con la misma indignación en su mirada. Decidí mantenerme tranquilo. ¿Qué podía pasar? Quizás me diría algo, podía incluso ser violento, pero incluso en ese caso, yo me sentía en ventaja. 

Eliseo cruzó. Contrario a lo que yo había pensado, y aunque no dejó de mirarme, pasó por mi lado sin decir ni hacer nada. Yo le sostuve la mirada todo el tiempo. Se sentó un poco más allá, en el otro extremo del paradero, y desvió los ojos hacia el cielo. 

Durante los veinte minutos que demoró la micro en llegar viví una incomodidad difícil de explicar. Insisto en que no tenía miedo, tenía curiosidad, y hasta me parecía que todo era muy cómico, sin embargo también era un poco siniestro, porque la mirada de Eliseo era siniestra. Desee que Diana estuviera conmigo, o cualquiera de mis compañeros o compañeras, para poder conversar y distraerme de Eliseo, pero nadie más tomaba la misma dirección que yo luego de salir del teatro. 

Dejé que Eliseo subiera primero a la micro. Quería asegurarme de sentarme yo detrás de él y así evitar sentir su mirada, pero al subir vi que se había sentado al fondo. No tuve más remedio que sentarme unos asientos más adelante y sentir sus ojos clavados en mi nuca los cuarenta minutos que duraba el viaje hasta mi barrio.  Nada que hacer, así fue y a los veinte minutos incómodos del paradero se le sumaron estos cuarenta de la micro.

Gigante fue el alivio cuando al fin llegamos al barrio, me bajé del vehículo y comencé a caminar hacia mi casa. Ya no me importaba saber que Eliseo venía atrás, su casa era una de las primeras de la corrida y la mía estaba al final. Sin embargo, al pasar su casa y, luego de unos cuantos pasos, mirar hacia atrás para asegurarme de que había entrado en su hogar, vi que no era así, sino que seguía tras de mí. Ya no iba a aguantar más. Instintivamente reaccioné, me di media vuelta dispuesto a encararlo, pero antes de poder decirle cualquier cosa, Eliseo también dio media vuelta y salió corriendo hacia su casa.



Estuve una o quizás dos horas pensando en Eliseo antes de quedarme dormido. Si su objetivo era ese, meterse en mi mente, lo había logrado. Ahí estaba. Las semanas de preparación de la obra, lo bien que había salido el estreno, la obra en si, todo estaba opacado ahora por la aparición de Eliseo en escena. 

Hace años que veía a ese chico por el barrio y nunca pensé que le interesara el teatro. Nunca lo había visto en una función, está era la primera vez. Tal vez su interés era reciente, o era reciente su conocimiento de aquello a lo que yo me dedicaba. Aunque podía ser, claro, que no estuviera ahí por mí, que simplemente había llegado por un afiche publicitario pegado en algunas de las tantas paredes de la ciudad. Igual, en todos esos afiches estaba mi rostro pues yo era el protagonista, lo cual me devolvía a mi teoría principal, que el problema o lo que fuera si tenía que ver conmigo. ¿Pero qué problema tenía entonces? Era solo una obra de teatro. Y él es solo es un espectador, me dijo la voz tranquilizadora de mi mente. 

Solo un espectador, repetí. ¿Y que era yo para él si no lo mismo? Un vecino es siempre un espectador de tu vida. Y era inevitable fijarse bastante en Eliseo, que siempre rondaba por ahí o hacía cosas extrañas, como quedarte mirando fijamente protegido tras las rejas de su casa, o subirse al techo a mirar al cielo. 



Al día siguiente me junté temprano para desayunar con Diana en un café del centro. Quería contarme algunas cosas y discutir otras sobre la obra, aunque esto último casi no sucedió. Supongo que quería desahogarse. Estaba estresada con sus hijos y con su marido. Los primeros estaban entrando en plena pubertad, lo que de por sí ya era todo un tema, pero su marido la estresaba aún más. Constantemente le pedía que dejara de dedicarse al teatro y que buscara algo más serio. A mí, esta preocupación por el trabajo serio me parecía estúpida, considerando que no nos iba mal con las obras que presentábamos. 

*Tienes razón, me dijo ante esto, tal vez debería separarme de él de una vez ¿no crees?

*Si es lo que tú consideras mejor, le respondí, aunque quería decirle que sí, que se separara y que estuviera conmigo. Que hace rato notaba que había entre los dos algo más que amistad, que juntos podríamos ser felices. Pero no le dije nada de eso. En cambio, y a petición suya de cambiar de tema, decidí finalmente hablarle de Eliseo. Le conté lo de la noche anterior, le expliqué quién era y que había sido él quien había perturbado mi actuación y había hecho que casi olvidara mis líneas. 

*Quizás está obsesionado contigo, me dijo Diana, quizás está enamorado de ti, o te admira en secreto y no se atreve a decírtelo. De todos modos, es bastante aterrador. Si me sucediera a mí ya estaría pensando en denunciarlo a la policía. 

*No haré eso, le dije. Al menos no por ahora, no mientras pueda tolerarlo. 

*Como quieras, solo espero que no te traigas problemas. 

*Espero lo mismo. 

Sin embargo, no tuve que esperar mucho para que los temores de Diana, y los míos también, se cumplieran. De vuelta del desayuno, al llegar al barrio y acercarme a mi casa, vi que sentado en los escalones de la entrada se encontraba Eliseo. Me acerqué con paso firme, decidido a enfrentarlo y enterarme qué era lo se traía. Él, al verme, se puso de pie y vino a mi encuentro. No alcancé a decir mucho cuando él ya se había abalanzado contra mí. Fue como si saltara a atacar a su presa,  me lanzó de un empujón al suelo y cayó junto a mí. 

*¡¿Por qué la mataste!? gritaba mientras me agredía, ¿Por qué? ¡maldito! ¡Te voy a matar!

Entre toda la adrenalina del momento que estaba viviendo, logré abstraerme un poco y comprender al fin qué era lo que sucedía realmente. En un momento de la obra, el personaje que yo interpretaba asesinaba al que interpretaba Diana. Claramente Eliseo se refería a esto, pues no recordaba yo haber matado a nadie más, ni en la realidad ni en la ficción. 

*¡Es solo una obra! le grité entonces, tratando de defenderme de sus continuos ataques. Contrario a lo que pensaba, el muchacho tenía bastante fuerza. ¡Es un actuación! le seguí gritando! ¡no he matado a nadie, maldito imbécil!

*¡Yo te vi! seguía él, ¡todos lo vimos! ¡la mataste! ¡la mataste!

No sé cuánto rato estuvimos forcejeando antes de escuchar los alarmados gritos de una mujer que se acercaba rápidamente. 

*¡Eliseo! ¡Eliseo! gritaba su madre cruzando la calle. No tardó en llegar hasta nosotros. Solo en ese momento Eliseo se detuvo, se puso de pie y comenzó a llorar.

*¡La ha matado, mamá! sollozaba. ¡La ha matado!

*Ya, Eliseo, ya, le dijo su madre, abrazándolo. Vamos a casa, llamaron a la policía y lo denunciaremos.  

*¡Quiero matarlo!

*No puedes, hijo. Te encerrarán a ti también. 

*¡No quiero que me encierren!

*Entonces cálmate, respira, vamos a casa, tienes que calmarte hijo…

Yo, desde el suelo, observaba la escena asombrado, sin palabras. La señora me miraba cada cierto lapso con un rostro compungido y avergonzado, como pidiéndome perdón por Eliseo. Parecía una mujer muy sufrida, tener un hijo así no debía ser nada fácil. Por suerte, la mujer logró calmarlo. Los sollozos de Eliseo se hicieron cada vez más débiles hasta convertirse en pequeños aullidos que soltaba cada cierto tiempo. 

*Vamos, hijo, vamos a casa, le repitió su madre.

*Vamos, dijo Eliseo, y se dejó arrastrar por su madre que lo llevó del brazo de vuelta a su casa. 


Media hora más tarde, mientras me encontraba en la cocina con una bolsa de hielo en la cara, la madre de Eliseo tocó mi puerta. La hice pasar a la cocina, donde le acerqué una silla. Ella se sentó, mirándome, luego agacho su cabeza y comenzó a llorar.

*Usted debe perdonar a mi Eliseo, me dijo entre sollozos, él no es malo, pero a veces hace cosas…por favor, entiendanlo, él no está bien y yo no sé qué hacer.  

Me sentía un poco harto de todo, pero me acerqué a ella para sobar suavemente su espalda. 

*Tranquila, le dije, tranquila, no se preocupe, lo entiendo perfectamente. Tome, tome.

Había tomado unas servilletas que vi sobre la mesa y se las pasé para que secara sus lágrimas. 

*Gracias, me dijo la señora. Terminó de quitar las últimas lágrimas con sus dedos, hizo sonar su garganta y luego, con el rostro más serio y compuesto, me dijo; Eliseo fue un día a probarse para una obra -entendí que con “probarse para una obra” se refería a una audición- pero no quedó, no lo eligieron. Llevaba harto tiempo ensayando, se le había metido en la cabeza que tenía que hacer un personaje de esa obra, y cuando lo rechazaron le cayó muy mal. 

Lo que me contaba la madre de Eliseo me revelaba la verdad sobre lo que había sucedido en los últimos días. 

*Fue hace muchos años, continuó la señora. Mi Eliseo tenía doce, o trece. Imagínese. Desde entonces que sigue con lo mismo. Siempre está interpretando diferentes personajes, como si cambiara de personalidad. A veces logro entenderme con él, pero pasan un par de días y entonces ya le dio con otro personaje y todo se vuelve un conflicto de nuevo. 

Esto me dejó pensando. En el fondo, Eliseo era un actor frustrado. Un solo rechazo bastó para lanzarlo a la locura. Negado el escenario, había hecho de la vida su gran escenario. Me pareció un héroe trágico. Era el ejemplo perfecto de aquello que habían promulgado los grandes dramaturgos, el teatro de la vida, la gran farsa, la caída final de la cuarta pared. Me pregunté entonces si acaso era yo un actor, si pararme una vez a la semana en un escenario y repetir unas líneas haciéndome pasar por otra persona me hacía realmente un actor. ¿Y qué era el resto del tiempo? ¿Qué había sido aquello que había sucedido afuera, un rato atrás? Eliseo me había convertido en parte de su propia puesta en escena, y yo había terminado por entrar de lleno en ella.


Como un rayo vino a mi la revelación obvia de lo que sucedería. Eliseo iba a matarme, en su mente se estaba fraguando una venganza que solo podía terminar en mi muerte. Acerqué una silla y me senté junto a su madre. Ella había vuelto a agachar la cabeza, miraba al suelo con los ojos medio desorbitados. Todo me parecía muy espantoso, me imaginaba la vida que debía haber tenido ella y me producía una pena terrible, una compasión inmensa que pocas veces antes había sentido. Nunca fue la compasión uno de mis valores principales, no solía sentir pena por el mundo y por quienes sufrían, aunque estaba consciente de su existencia. Ni siquiera en el teatro, interpretando, como Eliseo, tantos papeles distintos, personajes pobres, desgraciados, hombres que sucumbian al más terrible derrumbe moral, o que veía como otros u otras lo hacían, aún con todo eso, me di cuenta en ese momento que toda mi vida había sido una persona fría, distante, estructurado en alguna forma, centrado y aburrido. Todo lo que yo sentía, todo lo que vivía, lo que experimentaba, lo hacía en el teatro, arriba del escenario. Mi vida común no tenía ningún atisbo de literatura, hasta ahora. 


Sucedió la semana siguiente, en la siguiente función, como me lo temía. No hice nada para impedirlo, quería que sucediera, sin importar la máxima consecuencia. Si la semana anterior, al verlo entre el público, me había dado temor, ahora, ver a Eliseo allí me hizo sentir alegría, y en cierta forma, paz. 

Fue la mejor interpretación que hice jamás. Todo fue bello, como lo son siempre las grandes puestas en escena. El público, me imagino, debe haber quedado impactado de por vida. Por supuesto, mi rostro, al día siguiente, aparecería en el diario, y también el de Eliseo. Pero eso ya no puedo saberlo.


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