Caminando

No podemos -ni sabemos- detenernos.
Nos absorbe la vorágine de esta causa,
que no es justa, ni mucho menos.
Que no es nada.
Que no es una palabra comprendida por el hombre,
ni por ningún dios.
Que no es nada.
Ni fuego, ni esperma,
ni balizas.

Un suicidio constante.
O más que eso.
Un suicidio.
Sucedido de muchas imágenes, cómicas, impenetrables.
Agujereando el sentido que quisimos darle
a esta vigilia satánica.
Nuestro caso es como uno en un millón, ¿o no?
Una patada en el culo a la puta sicología,
y a las calles,
y a las lámparas,
y a dios (oh, sobre todo a dios)
y a la memoria (sí, en realidad, sobre todo a la memoria).

No quisimos detenernos.
El que nace turbio muere en las puertas del infierno.
El que ría último sabrá de lo que hablo.
No hablo de casas, ni de estaciones,
mucho menos de pájaros.
No hablo de mi, ni de ti,
ni de ellos, ni de nosotros ni de vosotros.
Que se jodan todos.
Yo hablo de entonces.

Quizá tengas que venir a detenerme.
Aún soy yo el que habla
con las hormigas, ¿lo sabías?
Mira mi cuerpo en el suelo, y dime lo que tengas que decirme.

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