Motor


En la casa de al lado, la de la derecha, siempre sonaba un motor. Todo el día y toda la noche. Al principio era molesto, no me dejaba dormir ni concentrarme en las cosas que tenía que hacer. Pero después me acostumbré. Uno termina por acostumbrarse a todo, por muy molesto que sea. Me acostumbré y dejé de preocuparme por el ruido de motor de la casa de al lado. A veces hasta lo olvidaba. Incluso a veces dejaba de sonar, y yo me sentía muy extraño, como si algo me faltara. Pero al rato ya volvía a escucharse el ruido, y yo decía; ahí estás, has vuelto, menos mal. O sea que no sólo me acostumbré al ruido, al cabo terminé por depender de él. Ya no podía dormir si no lo escuchaba, no podía concentrarme si no estaba ahí, constantemente, sonando tan cerca de mí que casi sentía que estaba adentro de mi propio oído. Nunca quise saber qué era en realidad. Quería morir pensando que en la casa de al lado había un motor. Un motor, encima de un suelo de madera, que constantemente estaba funcionando.

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