REINA DE CORDEROS
Reina de corderos
hermosa princesa
que huye por los cerros
y rechaza realeza
Así oraron más
tarde para Catalina Ma, la hija del señor Ma, dueño de la fábrica de Ma, y por
cuya gran generosidad y altruismo, había sido bautizada como Ma la población recién
construida para los obreros de su fábrica. Pero nadie más contrario al señor
Ma, que Catalina, su propia hija, pues Catalina Ma sólo quería una cosa, correr
por los cerros junto a su rebaño de corderos, y rechazar toda opresión de su
padre, gerente y gerente y gerente y todo eso. Él quería que estudiara en las
universidades de Asedio, o de Rivera, pero que estudiara. Sin embargo, ella, a
sus diez y ocho años, seguía siendo una niña, y luego a los veinte, seguía
siendo una niña, y luego a los veinticinco, seguía siendo una niña, y luego
también a los treinta, los mismo, y lo mismo, y lo mismo. Hasta su muerte,
Catalina Ma siguió siendo una niña de seis años, una niña de menos un metro de
altura, una niña vestida con chalecos y vestidos de princesa, rosados y fucsia,
trenzas hasta los tobillos, y una corona que ella misma se hizo con ramas de un
árbol del gran patio de su casa. Por qué nunca creció eso nadie pudo
explicarlo, pero fue para todos una especie de maldición, al principio, y de
milagro, al final. No fue, por supuesto, el primer caso en la historia de la
triste humanidad, pero sí el primero en Entrequén, y eso, para los
Entrequeninos, era algo fundamental. El señor Ma nunca la escondió ni se le
pasó por la cabeza hacerlo, pero sentía en su interior la frustración de que su
hija fuese siempre una niña. En fin, cuando pasaron los años y aceptaron que ya
no crecería, dejaron que huyera cuando quisiera por los cerros, y que volviera
cuando quisiera, y a veces pasaban semanas, meses o incluso años en que no
volvía. Lo más increíble es que iba con su rebaño de corderos para todos lados,
a donde fuera, siempre viajaba con ellos, le tenía un nombre a cada uno, y a
cada uno lo quería como si fuese su propio hijo. Por eso, en el pueblo de Entrequén,
la llamaban la reina de corderos. La princesa del señor Ma, que para escapar de
la tiranía de su padre, huía por los cerros y los bosques de toda el área de Ma.
A veces incluso se aventuraba hacia los terrenos de la fábrica de Fi, fiera competencia
de su padre. Allí compartió con las hijas y los hijos del señor Fi, que entendían
y apreciaban mucho a Catalina, y que firmemente se opusieron a sus padres
cuando quisieron casar a Catalina con el hermano menor, el hijo menor del señor
Fi, Almácigo Fi. Aunque almácigo amaba a Catalina, nunca quiso casarse con
ella, porque sabía que ella solo quería escapar por los cerros y rechazar toda
realeza. Él también tenía otros planes para su vida, lejos de Entrequén, en
ciudades que aún ni siquiera habían sido descubiertas. Catalina Ma, sin
embargo, no tenía planes ni esquemas ni caminos. Ella se aventuraba en los cerros
procurando que cada paso fuera siempre en un lugar distinto. Tan adentro se
aventuró en los bosques que llegó a otras ciudades, y, dicen algunos, hasta las
tierras de los felinos y las personas de los pequeños pueblos, donde murió un
día de intensa lluvia, a los ciento cincuenta y tres años, con todo su rebaño
de corderos rodeándola, siendo aún y para siempre una niña de seis años.
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