Te aseguro que lloverá



Vitorino el hermoso se encontraba sentado muy comodamente a la sombra de la gran estatua. Yo, sentado frente a él sobre la sabia escalera, lo observaba y trataba de imaginar qué cosas pensaba Vitorino muy dentro de sí. Sin embargo, era el demasiado reservado, hablaba lo justo y necesario, y no le gustaba ser molestado cuando descansaba a la sombra de la gran estatua. La belleza de Vitorino el hermoso rayaba en lo insultante. Pero ahi estaba, sirmpre atento, vigilante eterno de los techos y paredes de los patios del vecindario. 
Un viento tibio se dejó sentir de pronto. Algunas prendas colgadas del tendedero se cayeron. Tal vez era mi deber recogerlas, pero no lo hice, pues justo en ese momento, desde lo alto del muro que separaba mi patio del patio de la reina, saltó Lince, cayendo muy cerca de donde descansaba Vitorino el hermoso, pero fuera de los contornos de su sombra. 
Lince tenía un rostro temeroso, y aunque se debía esto en mayor parte a la mancha bajo su labio que le hacia lucir temeroso, en realidad Lince lo era, y bastante, pues a penas vio a Vitorinonse alejó unos pasos y dijo;
*No vengo buscando problemas, no hoy, Vitorino el hermoso
Al parecer, en un pasado cercano, habian tenido un pleito. Quizás Lince habia caudado las heridas que  habia visto en Vitorino el hermoso durante la semana. 
*Tranquilo, dijo Vitorino, lo pasado es pasado y tampoco me interesa hoy tener problemas. 
Lo decía con un tono melodramatico, pero real. Yo asenti y dije, para sumarme a la
conversación;
*Tampoco quiero problemas, mis queridos amigos.
Ellos me miraron con una expresión extraña, como si les resultara raro o confuso que yo hubiese hablado. 
*No es este el día para pleitos, continué. El sol está radiante y pronto llegará mi buen amigo, Emilio Rojas.
*¿Cómo esta tu familia? Me preguntó Lince, un poco tímido, pero ya más cercano.
*Bien, le contesté. Mi hermano tiene clases, pero mis padres deben estar adentro. Y como les he contado ya, no demora en llegar mi buen amigo, Emilio Rojas. 
*Me alegro por eso, Juan el horrible.
Efectivamente, pronto llegaría a casa Emilio Rojas, mi buen amigo. Siempre me visitaba y traia noticias desde el otro lado de la bahía. Me contaba cuántos incendios habian ocurrido, o si habían o no habían semaforos en tal y cual calle. 
Lince después de un rato fue a dormir junto al rosal, y Vitorino el hermoso entró a la casa por la ventana. 
Me preguntaba en cuánto tiempo más llegaría Emilio Rojas. No tuve que esperar demasiado la respuesta, pues él no tardó en llegar. Se abrió la puerta del patio y apareció; ahi estaba, Emilio Rojas, sonriendo, con las manos en la cintura. 
*Amigo Emilio Rojas, le dije.
*Amigo Juan el horrible, me dijo él.
Se sentó junto a mí y prendió un cigarro. 
*¿Cómo estás? Me preguntó.
*Bien, le dije, aunque tengo una sensación extraña. Desde la mañana que estoy así.
En efecto, ese dia habia despertado con una sensación extraña. Esta sensación no la puedo describir, porque ni siquiera yo supe interpretarla. Pero la sentía. 
*Debe ser que pasas mucho tiempo aqui, aislado, me dijo Emilio. Vamos a dar una vuelta por ahí. 
*No sé si tenga muchas ganas, amigo Emilio Rojas.
*No salgan, dijo la escalera, irrumpiendo en nuestra conversación. 
*¿Por qué? Preguntó Emilio. Enojado.
*Porque va a llover, respondió la escalera.
Sorprendidos por la reciente declaración, miramos hacia el cielo. Un sol radiante se dejaba ver allá lejos y ninguna nube cubría ningún pedazo de celeste. La escalera estaba equivocada.  Rara vez sucedía aquello, pues era la escalera muy sabia, y siempre decía verdades, o al menos rondaba la verdad. Pero nada más lejos de la verdad que asegurar que ese día llovería, pues, como ya he dicho, el día estaba soleado y el calor llegaba a ser sofocante. Por supuesto, nosotros, Emilio y yo, también estábamos sentados en la sombra, provocada por el techo de mi casa y proyectada sobre la escalera y el balcón. 
*No lloverá, dijo Emilio Rojas, muy seguro de sus palabras.
*¿Tú crees, Emilio Rojas? le preguntó la escalera. Había un dejo de ironía en su voz.
*Por supuesto que lo creo, escalera. El día está soleado, y ayer también lo estaba. Y antes de ayer de también. 
*¿Estás de acuerdo con tu amigo, Juan el horrible?
*No lo se, dije, bastante contrariado ya, pues notaba a la escalera muy segura de su aseveración. Puede ser que llueva, pero sería extraño. De todos modos sería un fenómeno digno de ver.
*¡De eso es lo que hablo! exclamó la escalera. 
*Bueno, basta de eso de la lluvia, dijo Emilio Rojas, un poco irritado. Vamos, Juan. Salgamos a dar una vuelta por ahí.
Emilio se puso de pie y entró en la casa. Me quedé un rato mirando a Lince, que seguía durmiendo junto al rosal. Luego miré hacia el horizonte. Los cerros que circundaban el mío eran muy altos, pero no estaban habitados. Allí solo había árboles, que se mecían de un lado a otro gracias al viento tibio que a esas horas recorría el mundo. Definitivamente no tenía ganas de salir de casa, como Emilio Rojas proponía. Me puse de pie también y entré, para comunicarle mi desición. 
Esperaba encontrar a Emilio en la cocina, pero allí no había nadie. Aproveché el momento para tomar un vaso de agua, luego seguí con mi búsqueda. Tampoco estaba en el salón. No estaba sentado en ninguno de los sillones, ni en ninguna de las sillas de la mesa. ¿Dónde estaba Emilio? Tal vez había salido solo, harto ya de esperarme. O tal vez había salido de nuevo al patio por alguna de las ventanas, como solía hacerlo Vitorino. Volví al patio entonces, pero nada, allí tampoco estaba Emilio. 
Acercaba mi mano a la manilla de la puerta para volver a entrar cuando esta se abrió de golpe y un rostro emergió de la sombra dando un grito espeluznante. Me asusté tanto que casi me caigo balcón abajo, pero en un esfuerzo sobre humano pude mantener el equilibrio. Al menos ya había encontrado a Emilio. Ahí estaba, en el umbral de la puerta, riendo a carcajadas por la broma que me acababa de hacer. A mí no me causó nada de gracia. Lo hice un lado y entré en la casa. Emilio me seguía detrás sin parar de reírse.
*No te enojes, Juan el horrible, me decía, solo ha sido una broma.
*No estoy para bromas, le respondí, cortante. 
Más fuerte se hizo su risa.
*Tu enojo me causa más gracia, querido amigo, me dijo Emilio. 
Sopesé sus palabras. Era cierto, entre más me enojara, más se reiría. Pensé en insultarlo, pero eso sería peor. Además, no sacaba nada con enojarme más, pues solo me amargaría yo y él se sentiría aun más satisfecho de su jugarreta. Entonces le dije; 
*Bueno, Emilio, salgamos. Vamos a dar una vuelta.
*¿De verdad? me preguntó.
No lo decía enserio. Lo ilusionaría y luego me escondería yo de él, pero a diferencia de su broma, yo no aparecería tan luego, me quedaría en algún lugar escondido hasta que se aburriera de buscarme. 
*Claro, le dije, de verdad. Pero antes debo ir a decirle a mis padres que voy a salir. Espérame aquí. 
Este era mi momento. Dejé a Emilio en el salón y me encaminé por el largo y angosto pasillo de mi casa hacia el sector de las habitaciones. El pasillo estaba lleno de fotos, como si fuera una exposición en un museo. Allí estaban todos los rostros de mi familia, desde tiempos ancestrales hasta los tiempos que corrían. Sin duda la familia horrible tenía un linaje muy antiguo, con muchos personajes celebres y destacables. Sin embargo, yo no conocía más que de mis bis abuelos en adelante. Averiguar sobre mis antepasados era una tarea pendiente. 
Por fin llegué ante la puerta de la primera habitación, que era, justamente, la habitación de mis padres. En realidad yo no sabía si ellos estaban o no, pues no los había visto en todo el día. Pero nunca salían sin avisarme o dejarme una nota, y no veía nota alguna en ninguna parte. Pensaba en esto cuando de nuevo comencé a sentir una sensación entraña. Pero esta vez no era una sensación espiritual, abstracta, que no pudiera comprender. Al contrario, era una sensación física que pude indentificar de inmediato. Sentía los pies húmedos, y más que húmedos, mojados. Miré hacia el suelo; una poza de agua rodeaba mis pies. Lo primero que pensé fue que Vitorino, una vez más, había orinado donde no debía. Pero no, eso no era orina. Luego me di cuenta de que el agua provenía de la habitación de mis padres, pues salía a borbotones por el pequeño espacio bajo la puerta. Un par de segundos después, esta se abrió sin que yo la tocara, y entonces pude ver lo que sucedía; llovía caudalosamente adentro de la habitación. 
No quería mojarme más, así que cerré la puerta y volví al salón, donde encontré a Emilio Rojas sentado en el sillón, viendo la tele. En ella, un anciano vestido de blanco, sentado en medio de una plaza vacía, leía una carta escrita en un idioma que no pude comprender. En la parte inferior de la pantalla decía; Todos han sido perdonados. 
*¿Cómo te fue? me preguntó Emilio Rojas al percatarse de mi presencia.
*Parece que no están mis padres, le contesté.
*¿Salimos? me dijo, con una sonrisa de oreja a oreja.
*Claro, le dije, vamos a dar esa vuelta.
Apagamos el televisor, cerramos las cortinas y salimos de casa. 

Comentarios

Entradas populares de este blog

PUESTA EN ESCENA

Las naves en el cielo bajaron para llevarme de vuelta a casa

LA BIBLIOTECARIA DEL LICEO DE ENTRE QUIEN QUIERA